Tuesday, April 21, 2009

Cultura Andina

En el presente, la cultura andina es un significante flotante que tiene dos sentidos y están determinados por los contextos en los que se usan. En primer lugar, el latinoamericanismo internacional (norteamericano y europeo), en sus esfuerzos de regionalización cultural de Latinoamérica, ha denominado como cultura andina a la cultura que se ha desarrollado en territorios que atraviesa la cordillera de los Andes. Entonces, la cultura andina por antonomasia es la de los países de los Andes centrales (Bolivia, Ecuador, Perú). También se incluye a las manifestaciones culturales del Nortechileno, el Noroeste argentino y las regiones andinas de Colombia y Venezuela. En este contexto, la cultura andina está conformada por manifestaciones de cultura de élite, masiva o popular, sin hacer mayores distinciones entre ellas. Así las novelas de Mario Vargas Llosa y, aunque parezca extraño, las obras narrativas de Gabriel García Márquez, el huayno peruano, un sanjuanito ecuatoriano o un cuento popular en aymara son considerados como muestras de la cultura andina.

En segundo lugar, para la población urbana y occidentalizada de las repúblicas andinas o países que poseen regiones andinas se califica como cultura andina a las prácticas culturales de élite, popular y masiva de los habitantes de valles o altiplanos cercanos a la cordillera de los Andes. En esta concepción, primero, la novela de un escritor de Cuenca (Ecuador), un baile de San Juan del Estero (Argentina), la peregrinación a la Virgen de Copacabana (Bolivia) o una celebración aymara chilena son andinos por definición y, segundo, todas estas prácticas culturales manifiestan comportamientos de una mentalidad que está modelada, en diferentes niveles, por una racionalidad andina y valores con sus propias concepciones de tiempo y espacio. Sin embargo, existe un grupo de intelectuales y artistas, residentes y no residentes en los Andes, que se autodenominan andinos. Además, la larga historia de migración interna del campo a la ciudad en Bolivia, Ecuador y Perú ha hecho considerar como cultura andina a las prácticas culturales de los migrantes en los nuevos contextos urbanos. Más aún, las migraciones internas (definitivas y estacionales) del campo a la ciudad se han incrementado tanto en Bolivia, Ecuador y Perú después de la Segunda Guerra Mundial que los han convertido en países urbanos y sus culturas nacionales han sido consideradas "indigenizadas" o "andinizadas".[1] En efecto, la industrialización, reformas agrarias, la violencia política y catástrofes naturales fueron algunos de los factores que originaron el éxodo masivo a ciudades de la costa o la sierra donde ha habido trabajo, educación superior, mejor nivel de vida y una paz relativa.

En las repúblicas de los andes centrales, se viene alcanzando el consenso que las culturas indígenas son las mas importantes en la formación de sus culturas nacionales. Este consenso es el resultado de sucesivas campañas de intelectuales y artistas que abogaron por la existencia de una cultura andina de las mayorías indígenas que empieza en la segunda década de este siglo. En una larga lista de intelectuales y artistas, Luis E. Valcárcel en Perú, Pío Jaramillo en Ecuador y Jaime Mendoza en Bolivia promovieron el reconocimiento de las culturas indígenas y su poderosa influencia en el resto de los ciudadanos de sus repúblicas. Al mismo tiempo, estos intelectuales promovieron el cumplimiento de los derechos de los ciudadanos indígenas. La estrategia para lograr sus esfuerzos indigenistas fue demostrar que los indígenas poseían una cultura heredada de los Incas. Al igual que en otras latitudes, la utilización del término cultura, dentro de una perspectiva relativista cultural, buscaba demostrar la humanidad de un grupo de seres humanos oprimidos, que tenía igual o más sofisticada cultura que la de sus opresores. Establecida la igualdad en términos de humanidad era más fácil abogar por el establecimiento de sus derechos como ciudadanos.

Las razones para sostener la existencia de una cultura andina son básicamente geoculturales e históricas. Se reconoce como su origen a los grupos étnicos que habitaron en la región andina antes a la conquista y colonia españolas por más de 20,000 mil años. De acuerdo a los andinistas, procesos de adaptación humana al agreste medio ambiente andino (bajas temperaturas, grandes altitudes y escasez de recursos) resultaron en una cultura superior a las culturas autóctonas de la costa, del bosque tropical o las culturas invasoras que llegaron al territorio andino. Por lo tanto, la base de las culturas nacionales de sus países debía ser la cultura andina.

En el contexto del Latinoamericanismo, se considera que hay dos importantes evidencias históricas que respaldan la propuesta de una cultura común de las poblaciones de la región andina. Primeramente, se considera la homogenización cultural de los grupos étnicos dominados por los Incas a través del quechua como "lingua franca" o la política poblacional incaica de los mitimaes llevada a cabo en el Tawantinsuyo (Imperio Incaico) durante el siglo XV y las tres primeras décadas del siglo XVI. Segundo, se reconoce que este proceso de homogenización cultural fue continuado por los colonizadores españoles cuando se dan cuenta del uso del quechua como "lingua franca" por los Incas. La iglesia católica utilizó el quechua en las primeras campañas de evangelización de los pueblos indígenas para lograr la homogenización religiosa durante los siglos XVI y XVII.

Las dos acepciones de cultura andina han sido criticadas. Primeramente, se considera que las dos coinciden en tener como presupuesto la relación inevitable entre cultura, territorio y soberanía. De esta manera, a los ecosistemas de altura les corresponde la cultura andina dentro las fronteras nacionales. A los países de los andes centrales les corresponde culturas nacionales andinas. A un conjunto de estados nacionales más regiones de otras repúblicas sudamericanas que son atravesadas por los Andes conforman una macro región que posee una cultura andina. El establecimiento de estas relaciones en los tres casos lleva a concepciones esencialistas y nacionalistas de la cultura andina, determinadas por relaciones de cultura, espacio y territorio, que no explican los nuevos procesos socioculturales emprendidos por los habitantes andinos contemporáneos.

Un primer intento de reformular los conceptos nacionalistas de cultura andina fue el uso del concepto de fronteras culturales. La aplicación de este concepto hizo tomar conciencia de la existencia de varios espacios culturales que se despliegan en territorios de varias repúblicas andinas no coincidentes con sus fronteras políticas. Entre los casos más estudiados están la frontera cultural aymara constituída por ciudadanos bolivianos, chilenos y peruanos hablantes de Aymara; la frontera cultural quechua integrada por ciudadanos anteriormente mencionados junto con ciudadanos argentinos, colombianos y ecuatorianos que hablan Quechua; la frontera cultural Shuar que se ubica en territorios de Ecuador y Perú o la frontera cultural de los Ese-Eja entre Bolivia y Perú. Esta perspectiva llevaba por cierto a la crítica de la constitución de estados nacionales que oprimen a sus poblaciones indígenas y al planteamiento de posibles reconfiguraciones políticas que solucionarían la opresión. De allí que se ha hablado de "naciones" quechua, aymara o shuar. Sin embargo, estas propuestas de reconfiguración política y cultural, siguen considerando a las culturas indígenas indesligables del territorio y la soberanía de posibles estados nacionales.

El proceso socio cultural más importante de las dos últimas décadas, son las migraciones masivas emprendidas por ciudadanos, ecuatorianos y peruanos al extranjero por la violencia política y crisis económica en sus países de origen. La migración dirigida a países del hemisferio norte y países limítrofes (un millón de bolivianos y 100,000 peruanos en Argentina), han llevado a que se practique la cultura andina por los migrantes indígenas y mestizos en sus nuevos lugares de residencia. A diferencia, de migraciones masivas anteriores, la última ola migratoria está constituida por ciudadanos que asumen una identidad indígena o indigenizada para conformar una diáspora andina. Es decir, grupos desperdigados en el planeta se aferran a sus prácticas y valores culturales y sueñan con el retorno a sus lugares de origen. En efecto, en los lugares donde se concentran los migrantes andinos, practican relaciones sociales comunitarias, hablan quechua y aymara y hay academias y clubes donde se enseña baile y música andinos a los hijos de los migrantes; o consumen comida andina en restaurantes especializados para reafirmar su identidad cultural en un medio agreste. Las consecuencias inmediatas de esta afirmación de la identidad andina han hecho posible la participación de cuadrillas de zampoñeros, tuntunas y diabladas en desfiles de Washington DC., Nueva York, Buenos Aires o Santiago de Chile. Del mismo modo, hay un circuito sólido de producción y consumo de música y danza andina en el extranjero que han hecho posible giras internacionales de "Los Shapis", Vicky War, Máximo Damián o el danzante de tijeras "Lucifer" a grandes ciudades extranjeras donde el grueso del público está integrado por los migrantes. Aunque en una cantidad mínima, existe la publicación de libros de autores que se definen orgullosamente andinos en el extranjero. Entre el caso más notable está Fredy Roncalla, trilingue en castellano, inglés y quechua, nacido en Chalhuanca-Perú, quien publica un libro en Nueva York donde reflexiona sobre una "poética postmoderna andina".

Las primeras aproximaciones a estos inéditos fenómenos socioculturales han concebido el término archipiélago andino. No es la primera vez que se usa el término. John Murra ya hablaba de "archipiélagos andinos" para explicar el control vertical de pisos ecológicos de grupos étnicos precolombinos. La utilización actual de este término considera al archipiélago geográfico como un modelo para explicar la dinámica transnacionalizada de la cultura andina actual. Es decir, primero, permite identificar algunas islas del archipiélago de la cultura andina que están diseminadas prácticamente en todo el planeta. Segundo, ayuda a explicar el flujo de ida y vuelta de seres humanos y sus culturas entre las islas. Por cierto, las islas no están interconectadas bajo el mar, sino establecen conexiones básicamente por aire y tierra. Los vuelos internacionales que tienen como puntos de partida y llegada Lima, La Paz, Quito o Guayaquil son cada vez más frecuentes y baratos por la enorme cantidad de gente que viaja. Del mismo modo, las rutas terrestres transportan a hombres y mujeres andinas en cantidades nunca antes vistas entre los países latinoamericanos limítrofes.

En este momento en el archipiélago andino, los centros de irradiación de la cultura andina son todavía las grandes ciudades indigenizadas o andinizadas. Lima, La Paz, Quito o Guayaquil son los centros de producción de una cultura andina masiva. Artistas famosos, empresas productoras de discos compactos, videos y cassettes tienen sus centros de operación y mayor parte de público en las grandes ciudades. Desde estos lugares realizan sus operaciones comerciales hacia provincias o el extranjero. Lo único que falta para corroborar la dinámica de ida y vuelta es encontrar casos que conviertan a los centros de consumo en el extranjero, en centros de producción, creándose un flujo de prácticas culturales que retornan del extranjero hacia las ciudades y pueblos de los países andinos.

Juan Zevallos Aguilar,
Temple University
Philadelphia, 5 de marzo de 1999.

[1] En Bolivia y Ecuador se habla de indigenización de la culturas nacionales. En el Perú se habla de la andinización de la cultura nacional. La diferencia en los nombres de procesos culturales similares se debe simplemente al hecho de la ubicación de los centros de poder en estos tres paises. En Bolivia y Ecuador no se puede hablar de andinización porque La Paz y Quito están ubicadas en valles andinos. En Perú tiene sentido hablar de andinización ya que Lima, Chimbote o Trujillo están ubicadas en la costa.